Mi Pianista Favorito

25.11.08





“Sentarte frente al piano era algo que iba más allá de cualquier tipo de costumbre que tuvieras en la vida. Aquello era como un ritual, una especie de salida, una vía de escape… sentarte frente a un piano, significaba el saber que si querías lograr algo, debías luchar por ello. Así como habías luchado por entrar a aquella academia de música, sin tener siquiera el apoyo de tus padres; así como habías vencido los obstáculos que el miedo ponía en tu camino. Así como te habías levantado cada mañana y habías dicho: hoy lo haré mejor que ayer. Así, como habías decidido que si ibas a ser pianista, tenías que sacrificar muchas cosas, entre ellas: las horas de sueño, las mañanas para levantarse muy tarde, los juegos de fútbol, un miércoles en la noche… y las conversaciones con tus padres sobre la carrera que habías elegido para el resto de tu vida, porque a ellos no les gustaba la idea de tener un hijo músico.

Y así, como cualquier sacrificio no había valido de nada al lado de la esperanza, la fe en ti mismo y la confianza de saberte un ganador… así mismo sabía que ibas a lograr superar cada prueba que se te pueda presentar… incluida esta que ahora afrontas.

Es por eso que te admiro, por lo que te veo como mi mejor modelo a seguir… por lo que me siento orgullosa de ser tu hermana.

Porque sé, qué tal difíciles fueron nuestros viejos y aún así, supiste…”


Toc.toc.toc.

¿Nunca se han preguntado por qué cuando necesitamos privacidad el mundo se alía para no permitir que la tengamos? Justo ahora escribo una carta a mi hermano, hace muchos días que no lo veo y lo extraño, es complicado definirlo, pero siento que muchas cosas han cambiado en mi vida desde aquella mañana de Abril.

¿Mi nombre? Es sencillo: Andrea. No es que me guste, pero es el que me tocó y aún no puedo hacer nada para cambiarlo… de todas formas no creo poder hacerlo alguna vez. Soy una chica de diecisiete años de edad. Bailarina desde los cinco y hermana desde antes de nacer. Hija de un matrimonio bastante normal y nieta de unos inmigrantes europeos (completamente adorables, si se me permite decirlo).

Curso el último año en un instituto bastante normal y en el que han sido bastante pacientes conmigo, porque no soy una alumna del todo común, debo admitir que mi carpeta de faltas e inasistencias está lo bastante completa como para cubrir las faltas de otros.

No es que sea una alumna irresponsable ni que me guste faltar al cole, es sólo que practico ballet desde antes de cumplir los seis años y es lo que quiero seguir haciendo al salir del colegio; pero para eso es necesario que falte algunas veces a clases, sobre todo en época de audiciones, y que deba pasar mucho más tiempo que cualquiera intentando ponerme al día con los deberes. Aunque debo decir que no es algo que me importe mucho (me refiero, obviamente, al asunto de ponerme al día con los deberes).

A mi madre le encanta todo lo que tiene que ver con mi futura carrera profesional, nunca ha puesto un “pero” a la hora de llevarme a la academia, ni tampoco ha refunfuñado por tener que levantarse a las cinco de la mañana y ayudarme a realizar el calentamiento matutino… siempre ha dicho que soy su pequeña estrella y, en parte creo que es porque estoy cumpliendo su sueño de vida… y porque ella lo está viviendo a través de mí.

Mi padre, siempre me ha visto como la niña consentida, su pequeña ballerina. Tampoco discute las decisiones de mi madre, sobre perdernos la mañana de Navidad por alguna audición, o el desperdicio de unas buenas vacaciones en el Caribe por el simple hecho de que su hija bailarina, merece todo el tiempo del mundo para ser cada día mejor.

Mi hermano mayor, Martín, tiene sólo dos años más que yo. Estudia música, piano, para ser exacta y es un verdadero placer verlo tocar. Juro por mi capacidad de realizar un perfecto Arabesque que no hay ningún otro músico que conozca, que le dé al piano un lugar tan importante en su vida como él. Es increíble escucharlo y mucho más increíble, el saber que mis padres no apoyan su idea de convertirse en un concertista famoso.

Desde que salió del instituto (hace poco más de dos años) lo he visto madrugar cada día para ir a trabajar en una librería de la ciudad y así, poder pagar sus estudios, pues Marcos y Florencia (nuestros padres) se han negado rotundamente, a ayudarle con el cumplimiento de su sueño. ¿La razón? Ni siquiera yo la conozco y eso que me he preguntado miles de veces, por qué no quieren ayudarle.

Los únicos datos de los que dispongo son los siguientes:

  • Papá quería (y sigue queriendo) que Martín estudiara Leyes y se convirtiera en el abogado más prestigioso del país.

  • Mamá… pues, la verdad es que ella simplemente lo ignora. Siempre ha sido así y creo que siempre lo será.

Eso siempre me ha hecho sentir culpable, pues créanme que no es nada fácil ser la consentida de tus padres a costa del sufrimiento de un hermano al que, aunque intenta negarlo, le afecta toda esta situación.

“-No es tu culpa que los viejos sean así conmigo- me aseguró una tarde de lluvia, luego de una discusión con papá. –Supongo que se sienten frustrados porque yo no quise ser lo que ellos desean. Pero algún día se darán cuenta del error que han cometido.”

Y sonrió, porque así era él, siempre sonreía y siempre le veía el lado positivo a cualquier situación. Era complicado definir sus estados de ánimo, al menos hasta que le oías tocar el piano (regalo del abuelo y que siempre estaba encerrado en el ático, por órdenes de papá), pues podía sonreír mientras subía las escaleras que daban a aquella habitación de la casa, pero cuando se sentaba en la banquita y sus manos comenzaban a pasear entre las teclas, sentías el dolor que habitaba en su corazón… un dolor que transmitía a sus manos y que se transformaba en gloria, al ser convertido en música.

Martín había conseguido un cupo en la mejor escuela de música del país, con apenas dos meses de graduado del instituto. Era un prodigio de la música y eso no lo decía yo, eran sus propios profesores los que lo aseguraban. Algunos decían que podía ser el pianista más famoso del país si se lo proponía.

¡Y claro que se lo había propuesto!

Una noche, de esas en la que los viejos salieron a cenar fuera de casa, mi hermano quiso hacer un experimento. Me llevó al ático y me vendó los ojos, diciendo que aquello sería una sorpresa. Nerviosa me dejé guiar, pero cuando llegamos al lugar y me quitó la venda sonreí maravillada:

Aquel espacio podría ser, fácilmente, la envidia de cualquier bailarina de la academia a la que iba desde pequeña. Estaba rodeado de espejos, altos, de esos que tocaban el techo. También pude ver una barra y, en medio de todo, un espacio increíble para realizar cualquier movimiento de ballet y sentirse como si se estuviera en un teatro. Su piano estaba en un rincón, algo alejado de la puerta de entrada y sobre éste, un tutú blanco, junto a unas zapatillas nuevas.

Recuerdo haber puesto los ojos en blanco, por pura sorpresa y haber saltado a sus brazos, repitiéndole una y otra vez lo maravilloso que resultaba aquello. Él sonrió y me llevó hasta el piano. Me tendió las zapatillas, el tutú y señaló una puertecilla escondida, que daba hacia un cuartito en el que podría cambiarme. Mientras me alejaba, lo vi tomar asiento frente a su mejor amigo: aquel piano de cola blanco, que hacía juego con aquel improvisado salón de ballet.

Durante esa noche de enero, en la que me sentí como la inconfundible Clara del Cascanueces, la enamorada Julieta que no puede vivir sin su Romeo y como la Coppélia de Saint-León (sí, como las tres), Martín y yo hicimos un trato: Cuando él fuera un pianista graduado de la escuela de música y yo una Prima Ballerina Assoluta de alguna importante compañía de ballet, ambos trabajaríamos juntos, él iba a ser mi pianista y yo la Ballerina que hiciera visible la música que él interpretara.

Ensayábamos día y noche, mientras nuestros padres no nos veían… (pues dudábamos seriamente que estuvieran de acuerdo con nuestros planes) íbamos juntos a sus clases de piano, conseguimos el consentimiento de mi madre para que fuera Martín el que me llevara a las clases de ballet e inclusive hicimos que papá nos dejara faltar a sus cenas de negocios con los nuevos socios rusos que invertirían en su empresa.

Pero lo más importante de todo lo que habíamos podido conseguir era el fortalecimiento de nuestra relación de hermanos. Martín sentía miedo si yo me veía en peligro, yo lloraba si mis padres lo ignoraban. Ambos sentimos ese amor por las artes, que nos hizo ser cada vez más fuertes, que nos hizo enfrentarnos a una tarde en la que algún paso no había salido bien o una mañana en la que las teclas no habían armonizado lo suficiente…:

Fue la idea de cumplir nuestros sueños la que nos permitió desechar los obstáculos.

Mi mundo era perfecto, mi vida no necesitaba de nada más. Mi sonrisa era sincera y mi alegría contagiosa… incluso mis padres sonreían frente a Martín y recuerdo que papá le permitió sacar el piano del ático, para otorgarle un sitial de honor en la sala de la casa… pero él se negó, por dos razones…:

La primera: estaba muy acostumbrado a su rincón en aquel ático, decía que la música siempre había fluido con naturalidad allí y que aquel espacio era sagrado para él.

Y la segunda: no iba a permitir que mi salón de ballet se quedara sin pianista.

De una u otra forma, pude ver que mi padre estaba más contento con él de lo que había estado en mucho tiempo. Tal vez era porque sabía lo feliz que estaba su pequeña bailarina y lo agradecía o, porque en el fondo esperaba que aquel “Invento de ser pianista” ya se estuviera esfumando de su cabeza. Obviamente no sabía que aquel “Invento” había arrastrado consigo a una partidaria más… que, ahora trabajaba a su lado para formar un dueto magnífico.

Nuestro estado de ánimo influyó también en mamá. Una noche pude verla entrando a la habitación de Martín y saliendo luego de unos cuarenta y cinco minutos, con los ojos enrojecidos y la cara que tiene alguien que ha llorado durante mucho rato.

Al día siguiente, mi hermano me contó, que mamá le había pedido perdón por su actitud durante aquellos años y que le había dado motivos suficientes para que él le creyera y la perdonara. Aquella noticia había sido la mejor que pude recibir en toda mi vida… mi familia parecía comenzar a ser feliz.

Pero llegó Abril… aquel mes frío y nublado, en el que todo lo que había construido se derrumbó en un instante… aquel mes que cambió completamente las cosas…

Martín salió de casa, rumbo a la librería en la que trabajaba. Mis padres y él habían llegado a un acuerdo. Marcos y Florencia pagaban sus estudios a cambio de la excelencia académica de Martín. Un trato muy fácil de cumplir, al menos por parte de mi hermano… no era necesario ser un genio para darse cuenta de lo bien que se le daba tocar el piano.

Aquella mañana era particularmente fría, la lluvia caía sobre los árboles y los niños corrían presurosos hacia el autobús que los llevaría al colegio… me despedí de mi hermano antes de que subiera a su auto y emprendiera el camino hacia aquella librería en la que no trabajaría nunca más, porque ya no era necesario que lo hiciera.

Me fui al colegio, el día transcurrió con total normalidad, me fue bastante bien en el examen final de trigonometría y la profesora de biología dijo que no era necesario que presentara su evaluación final, que mi desempeño a lo largo del año había sido bastante bueno… tan bueno que había servido para eximirme de la materia.

Al salir de clases fui directo a casa, tenía que decirle a Martín que tendríamos más tiempo para ensayar, ahora que no había prueba final de biología que presentar. Estaba feliz, me sentía orgullosa de mí misma… y las palabras de mis compañeras de clase habían aumentado ese sentimiento de satisfacción…:

“-Aún no comprendo… cómo haces para practicar ballet y obtener las mejores notas de la clase.-decía Annette, mi mejor amiga en aquel colegio. Yo había sonreído sin dejar de caminar y le había dado la única respuesta que podía dar…:

-Todo es cuestión de poner empeño Annette, cuando equilibras todo en una balanza y permites que cada cosa tenga su tiempo y su espacio, los resultados que obtienes son siempre los mejores.”

Ella había sonreído y con un abrazo y una felicitación se había despedido de mí. Ya sólo faltaban unas cuadras para llegar a casa… pero a lo lejos pude ver a mis abuelos esperando a que yo llegara. Sus rostros reflejaban preocupación, miedo y, lo más atemorizante de todo: dolor. Sacudí la cabeza, al mismo tiempo que mi corazón comenzaba a latir desesperado y eché a correr. No me tomó más de tres minutos llegar a casa y cuando lo hice, salté a los brazos de mi abuela… quien, con lágrimas en los ojos me había recibido y dado un beso en la frente.

Algo andaba mal.

“-Algo sucedió en la mañana Drea- aquella era su forma de llamarme. – Luego de que te fuiste al colegio, tus padres recibieron una llamada del señor Tomás… el dueño de la librería en la que Martín trabajaba.-empleó el pasado del verbo. Aquello me asustó… aunque después supuse que era verdad, él ya no era empleado en la librería, el tiempo del verbo estuvo bien empleado.

-¿Y qué dijo el señor Tomás?-pregunté en voz baja, aún intentando recobrar la calma que había perdido al ver su rostro asustado.

-Fue un accidente… alguien ignoró la luz del semáforo… fue un motorista. Tu hermano iba de camino al auto pero…-se interrumpió, fue imposible que dijera una palabra más, pero no fue necesario, ya lo había comprendido todo. Fui consciente del frío que hacía… escuché cómo la lluvia comenzaba a caer sobre la casa y pude sentir cómo, las gotitas de agua corrían por mi rostro… ¿O eran las lágrimas?

El abuelo me abrazó y susurró palabras que no pude entender, mientras la abuela abría la puerta principal de la casa y tomaba mi mochila para entrar.

Yo no podía caminar… dudo mucho que pudiera moverme un centímetro, pero mis abuelos no iban a permitir que me quedara allí, no sé cómo se las ingeniaron, pero lo siguiente que puedo recordar luego de haber recibido la noticia del accidente con Martín, es el estar acostada en mi cama, bajo las mantas y con una taza de chocolate caliente sobre la mesita de noche.

Instintivamente había visto el reloj… eran las tres y media de la mañana… ¿Cuántas horas había dormido? ¿A qué hora había caído rendida en la cama? ¿Cuánto tiempo había permanecido allí? ¿Dónde estaban todos? ¿Se había tratado de una pesadilla?

Recuerdo vagamente, haberme levantado de la cama y haber salido de la habitación. Las luces estaban encendidas y al final de las escaleras alguien hablaba rápidamente por teléfono. Era papá…

Sollocé… no sé por qué lo hice pero no había podido detener aquel impulso. Vi a mi padre colgar el teléfono, dar media vuelta y verme allí, justo en el piso de arriba, con los ojos anegados en lágrimas y con el aspecto que tendría cualquier chica enferma. Frunció el ceño, tratando de ocultar la preocupación de su rostro y comenzó a subir por la escalera.

“-¿Cómo está él?-me escuché susurrar. Papá se detuvo a mitad del camino. Respiró profundo.

-Fue un accidente bastante grave…-comenzó, pero tuve que interrumpirlo.

-¿Cómo está? Quiero verlo. -él negó con la cabeza.

-Es bastante tarde Andrea, tal vez mañana puedas ir.

-Quiero verlo ahora. -insistí.

-No hay nada que puedas hacer… no hay nada que podamos hacer. El accidente fue lo suficientemente grave como para…-lo interrumpí, bajando por las escaleras… supe que le había sorprendido mi reacción, pero no lo suficiente como para dejarme ir. Dio media vuelta y descendió con rapidez aquellos escalones que lo separaban de mí… de su pequeña ballerina que ahora abría la puerta y se lanzaba a la calle en medio de la madrugada.

-¡Andrea!-me llamó, pero no le hice caso. ¿Cómo era posible que se resignara? ¿No era él su hijo también? ¿Por qué tenía que ser yo, la que siempre les hiciera ver que Martín era tan hijo suyo como yo? ¿Qué era eso que le hacía actuar de aquella manera con él? ¿No se supone que había mejorado su relación con su hijo mayor? ¿De verdad estaba resignado a no hacer nada y dejar que las cosas se dieran de la peor forma? -¡Andrea vuelve a casa! No hay nada que puedas hacer… Martín no tiene esperanzas, hace dos horas entró en coma… los doctores niegan cualquier posibilidad de que salga bien librado de esto.”

Nunca voy a tener el valor suficiente para poder describir lo que aquellas palabras me hicieron sentir. Fue como si de repente todo en mi mundo perdiera sentido: ya no habían ensayos, la música había dejado de sonar… el ático era un lugar vacío, sin vida… el cielo se venía abajo, el tiempo se detenía… y mi hermano moría lentamente.

Me detuve de inmediato, porque aquel golpe había sido demasiado fuerte como para que pudiera resistirlo sola… me dejé caer en medio del inmenso jardín que pertenecía a nuestros vecinos de al lado y la lluvia comenzó a arreciar…

Escuché a papá correr hasta donde yo estaba… lo sentí arrodillarse junto a mí, posar una mano en mi hombro y abrazarme… como nunca lo había hecho. En aquel momento supe que a él le había dolido decir todo aquello y no fue sólo por saber que me había ocasionado daño… era también, porque había puesto en palabras lo que sus actos trataban de negar. Había admitido que su hijo mayor podía morir en cualquier momento… y eso le dolía. En ese momento supe que Marcos Contasti quería a su Martín tanto como a mí.

Me negué a hablar… me negué inclusive a hacer cualquier movimiento en falso… no quería caer, en ese abismo inmenso que había aparecido frente a mí… no podía perder el norte, porque debía estar junto a Martín.

“-Llévame con él.-susurré mientras me aferraba al abrazo de mi padre.

-Vamos a casa Drea… mañana podrás ir con él.

-Quiero ir ahora, él necesita escucharme… necesita saber que estoy allí. Él no se va a atrever a dejarme sola. Además, tenemos un trato… él no puede romper su palabra.

-¿De qué hablas? -preguntó confundido, mientras se separaba de mí. Lo miré a los ojos, sin parpadear, sin dudar, sin permitirme mostrar debilidad.

-Llévame con él. –fue lo último que pedí antes de que un trueno se hiciera escuchar.”

Desde ese día, habían transcurrido ya dos meses. Dos meses increíblemente largos, en los que había ido a clases cada mañana e ido al hospital cada tarde. Faltaban pocos días para mi graduación en el instituto y había conseguido plaza en una escuela de ballet mucho más reconocida que aquella en la que estaba ahora. Pero nada había cambiado con respecto a Martín… nada, excepto una cosa:

Su habitación en el hospital estaba llena de flores y recuerdos de sus compañeros de la academia de música, incluso había tarjetas y fotos de sus amigos del instituto… el lugar estaba repleto de amor, de cariño y esperanza… todos confiábamos en él. Todos sabíamos que no se iba a dejar vencer.

Toc.toc.toc.

-Ya voy papá.

-Te esperamos abajo Drea, no tardes.

Aquel era día de visita. Iría a ver a mi hermano… luego de unos terribles cuatro días sin verlo. Le llevaría excelentes noticias, las calificaciones que había obtenido aquel año. También llevaba un ramo de flores y un disco de música clásica. Su disco favorito.

Terminé de escribir la carta que acompañaba todos aquellos regalos y salí de mi habitación. Bajé rápidamente las escaleras y subí al auto de mis padres. Mamá estaba callada, hacía tiempo que no pronunciaba más de dos palabras y papá estaba nervioso, sabía que sentía miedo de recibir cualquier mala noticia al arribar al hospital.

Pero yo sabía que no iba a ser así… conocía a mi hermano. Sabía que estaba luchando… y que no le gustaba perder… porque así era él.

Mi pianista favorito.

“… salir adelante… y es precisamente por eso, querido hermano, que sé… que no vas a dejarte vencer.

Sigo esperando que despiertes… tengo tantas cosas que contarte… tienes que acompañarme en la graduación y, por sobre todas las cosas, tienes que seguir siendo el pianista acompañante de esta Petite Danseuse…

Te quiero siempre…


Drea”

















***

¡Hola! Pues bien... hace días comencé a escribir esto, no sé decirles en qué momento surgió la idea, ni mucho menos por qué decidí escribirla así... sólo sé que, la música fue importante para el destino de esta pequeña historia. Si preguntan en qué me inspiré... la respuesta la tienen al comienzo de todo. En el video. Esa melodía ha sido la responsable de esta historia y, no puedo sentirme más complacida por ello.


Espero que les haya gustado... que haya podido plasmar esos sentimientos que quería plasmar y que se hayan sentido al menos, un poco involucrados con la historia de Andrea. La verdad es que me gustó escribirla, disfruté mucho y me sentí satisfecha con el resultado final.


¿Agradecer? Obviamente... siempre lo hago. En este caso quiero agradecer a Ginn, mi mejor amiga en todo el mundo, porque creo que, a la hora de opinar sobre lo que escribo, es la más sincera. A Lizzie y Sofis, por sus importantes opiniones con respecto al final de la historia, ahora espero sus opiniones con respecto al resto. Y por último, a mi amiga Red, porque su punto de vista con respecto a las artes me ha ayudado un montón a escribir esto... espero que te haya gustado, loca amiga Chilena xD


Es todo... mil gracias por leer.

Besitos =)


Issa



Amar el Ballet

22.11.08



Hace días hablé con una amiga y ella, de pronto, hizo una pregunta… de esas inesperadas…:

-¿Por qué te gusta tanto el ballet... ni siquiera lo practicas?

Comencé a pensar qué podía tener el ballet que me hiciera amarlo tanto... y, sin poder evitarlo, muchas palabras vinieron a mi cabeza...:

Constancia... Arte... Amor... Fe... Perseverancia... Fortaleza... Confianza... Seguridad... Empeño... Valentía... Alegría... Paz... Música... Elegancia... Lágrimas... Sonrisas... Historias... Magnificencia... Apoyo... Majestuosidad... Satisfacción... Logros... Metas... Sueños... Corazón... Vida...

Y me dije...: Porque, simplemente el ballet es contar una historia y hacer que todos la vivan... reír, llorar, sentirse orgullosa de una misma, saber que con empeño todo puede salir bien, sentir confianza, contar con apoyo... sentir satisfacción, sentir cómo un simple movimiento puede hacer que muchos corazones latan al mismo tiempo... es vivir mil vidas y ser capaz de disfrutar la única que tenemos... es soñar y cumplir sueños, es volar, es correr... es vivir en un bosque o en un lago... es llegar a la Luna o caminar por la arena... el ballet es simplemente dejarse llevar por las notas que unas teclas producen... es saltar y caer... es levantarse y seguir adelante... es no creer en impedimentos... es... simplemente ballet.

De todas formas... soy una bailarina de corazón y me siento bien con eso.

Y creo, que cada persona tiene alma de ballerina... cada persona es capaz de hacer todo lo anteriormente mencionado... es capaz de morir por dentro y permitir que su alma renazca... es encontrar obstáculos y superarlos... es confiar en uno mismo y confiar en otros... es sentir miedo al fracaso y saber que, como bien he oído por ahí: "Sólo se fracasa cuando se deja de intentar"... no es complicado... sólo se trata de vivir.

Un médico salva a miles de personas... y vive cada vida que debe salvar... sabe que las sonrisas de otros dependen de su trabajo...

Un arquitecto construye mundos de sueño... erige edificios con bases sólidas y es capaz de hacer que uno de ellos mantenga el equilibrio así le azoten mil tormentas...

Un astronauta va a la luna, cumple sueños... permite que otros sueñen...

Y si dejan que les diga algo... los bailarines se encargan de todo eso también.

Finalmente, pude llegar a una conclusión: El ballet no es más que contar una historia, vivirla mil veces... llegar a millones de almas y ambientar todo eso con la mejor banda sonora que pueda existir: Los latidos de un corazón...

...así que:

¿Cómo no voy a amar el ballet?


 
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